domingo, 24 de junio de 2007

En el campo pero en Hungría.

Domingo, 33º C, son las siete de la mañana. Ola de calor en Europa y también aquí.
Nos vamos hacia el sur, en una camioneta con poco aire acondicionado.
Visitamos una granja orgánica y museo en la puszta seca. (Conocí la puszta húmeda el año pasado cuando tuve que ir a Debrecen y todavía no tenía blog).
Comimos chorizo, queso, moscas y vino.
Llegó un grupo de belgas en un carro y les sacaban fotos a los perros de la casa, a los árboles, a las gallinas en el corral. Me parecía surrealista, no sé si por los efectos del vino o del sol o de los belgas. Una curiosa costumbre, la camioneta en la que nos transportaban siempre la estacionaron al sol.


Cada vez que teníamos que subir era un poco como enfrentarse a la puerta del horno y afrontar una cremación temprana.
De allí a un show de caballos con unos hombres en típicos trajes azules, chasqueando los látigos y haciendo algunas pruebas con los caballos. Cada vez que pasaban al galope, la tribuna se llenaba de polvo, bajo el sol, entre los tábanos.
De allí nos llevaron a comer, a un típico restaurante. Tres sopas: goulash, ragou y una sopa fría de cerezas y yogurt que pensé que era el postre, pero no. Sorpresa, un pan de chicharrones pero con otro nombre. Después llegó la comida: lechón, pollo relleno, pescado frito, verduras rebosadas, todo muy liviano. Ya estábamos en los 37º C a la sombra. Por mis súplicas felizmente estacionaron la camioneta a la sombra. Las moscas nos atacaron durante la comida y discutieron su estrategia en la mesa. Después nos enseñaron un lugar protegido, con casa típicas originales, de los primeros habitantes de la Puszta seca. Volvimos al hotel a eso de las 7 de la tarde. La temperatura había bajado a 33ºC. Me desmayé sobre la cama por una hora.

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